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Quién fui? de donde vengo
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Cuando niño fui un gran conocedor de conventillos. Vivía en uno muy frágil en su estructura, feo en su estética, un callejón terroso y sin salida con cuatro cités internos hacinados de piezas a sus costados. Mi conventillo era famoso por su mala fama que acarreaba desde tiempos inmemoriales y se le conocía en el barrio como El Chiflón Del Diablo! aunque su nombre verdadero era Pasaje Santo Domingo y con un dueño de apellido Rosetti.
Nuestro Chiflón, que en estos últimos tiempos se ha ocupado de su existencia el DIBAM (Dirección de Bibliotecas Archivos y Museos) con entrevistas a algunos de mis amigos, estaba ubicado en la Calle Esperanza 1286 al llegar a la calle Yungay. Vivían en el personajes famosos como el caca, el pichí, el pirulo, el gallina , el gringo, el chico mote y tantos mas. Habitaban todo tipo de personas honestas y trabajadoras de variadas profesiones y oficios y con un montón de cabros chicos. Había gente muy simpática y las llamadas viejas peladoras, copuchentas y caguineras. Abundaban los curaditos respetuosos, los guatones, las flacas, los chicos de porte, los pelusas, los ladronzuelos y los matones de poca monta que eran nuestros amigos de juegos.
Viviendo aquí, y yendo a mis clases de primaria en la escuela Alemana número 16 en la calle Libertad (Santiago), y con mi linda profesora la Señorita Gladys Mendoza, me dedicaba cuando podía, asistir a la misa en la iglesia ubicada en la esquina de Esperanza y Yungay. Los días sábados y domingos me convertía en un trabajador ambulante en las calles, las ferias libres y la Vega central en Santiago. Me transformaba en un tímido vendedor de virutillas y sapolio útil para raspar el piso y las ollas. El sapolio era un polvo de color mas pálido que la tiza y que yo lo extraía en el cerro Blanco para venderlo. ( tal vez el cerro Navia?) Fui también un vociferante y caminante vendedor de radios Gianini, esas con ojo mágico. Las vendía, junto a la señora que me daba el trabajo, en el barrio de Bezanilla y donde recuerdo que habitaban tantos y tantos gitanos. “Se vendeeen radiooos con facilidadees!! decia mi eslogan callejero.
Maldito el paco culiao! (carabinero) que un día me llevó preso en la Vega Central por no tener permiso para vender mis virutillas y esponjas metidas con esmero y cariño en una abierta, y no muy profunda rectangular caja de cartón colgada a mi cuello por un cordel amarrado a unos hoyitos a cada lado de la caja. La platita que ganaba servia para ayudar un poco a la economía de mi hogar.
Eran tiempos difíciles. Porque ademas de ser pobre y querer hacer algo para tener un poco de dinero habían inspectores circulando en la vega con dos weones ( personas) con un gran canasto marrón hecho de mimbre. Si te pillaban, y por no tener permiso de vendedor, te quitaban las mercaderías para tirarlas con desprecio en el canasto y llevárselas, según decían, a las monjitas.
Recuerdo muy bien que llegaba muy temprano a la Vega y era delicioso encontrarse con tanta actividad, tanta gente y un agradable olor a flores, verduras, frutas frescas, plantas medicinales de todo tipo y un sin fin de locales comerciales con carretas y caballos estacionados en la calle. Populaban en la Vega, junto a los perros y los gatos, los hombres rudos con cara quebrajada o por el sol o por los muchos copetes acumulados a través del tiempo. Era habitual verlos cargando pesados sacos de papas y cajas de frutas en su aguerridos hombros y cabezas protegidos por una rosca blanca hecha de saco de harina que les servia para amortiguar el peso. Cuando la rosca no era necesaria esta se deshacía y se convertía en otro atavió utilitario algo así como un delantal alrededor de la cintura y que denotaba que era un fiel cargador de la vega. Un veguino!
Uno de estos cargadores fue mi hermanastro: Ernesto Segundo Armazan. Era bien conocido en la calle Lastra como el Ojos Verdes o El Duraznero quién, por los años 70s, murió apuñalado en la Vega por una daga asesina. Recuerdo que mi madre me mandó un día a reconocer su cadáver a la odiosa morgue ya que había sido advertida por detectives de la muerte de mi Nene como le llamaba cariñosamente a Ernesto. Este era un hombre sin domicilio fijo ya que dormía en una de las hospederías de la calle Esperanza al llegar a la calle Mapocho. Tuvo un hijo de nombre Carlos con la Sra Beatriz una simpática mujer de Villa Alemana.
Era mi costumbre que la primera venta me sirviera para tomar un rico y calentito desayuno para después seguir haciéndole empeño y gritando: “Virutillaaa para el pisooo -”Esponjas para las ollaaass” por esos alegres y algo oscuros pasillos de la vega con mas de algún ruidoso comerciante gritando a todo chancho: “tomate pacaaá tomate pallaaaá” Cuando uno vendía todo era común decir en jerga: Maté!!
Ahh..! también fui un atípico ayudante de un mecánico dental de mi barrio que un día decidió irse a trabajar a los Estados Unidos. Me recuerdo que me mandaba al centro a comprar, a los negocios especializados, oro de gancho y de monedas que le servían, después de trabajados por un delicado y largo proceso, para adornar las placas dentales que le mandaban hacer sus clientes los dentistas. Estos a su vez me pagaban por el trabajo y yo, como correspondía, el dinero se lo traía a Don Daniel Silva metido en una cajita rectangular, chica y achatada. Recuerdo que del hornillo usado por Don Daniel para derretir el oro recogía yo al final del día, minúsculos fragmentos de este oro derretido. Llegué a juntar un intrascendente tesoro que puse dentro un papelito que creo que puse, y todavía creo que puse, debajo de mi cama en el tercer cité del Chiflón del Diablo. No lo encontré nunca mas. Misterio de los misterios.
Creciendo y creciendo mi padre me mandó a terminar mis últimos tres años de primaria a otra escuela creo que se llamaba la Escuela Santo Domingo donde mi profe fue el Señor Vega del que me acuerdo que: de vez en cuando y en plena clase pedía a uno de nosotros, sus alumnos, quien podría ir a comprarle pañuelos para la solapa de su vestón ( paletó). Para esto debía ir bastante lejos. Yo era siempre el primero en levantar la mano. Y así, muy contento, me encontraba de vez en cuando en la calle y en una micro, para satisfacer el deseo del Señor Vega el mismo que si te portabas mal te tiraba las delicadas patillas de niño.
Para mi este era el tiempo del piñén en mis canillas, rodillas pelá, zapatos rotos, alpargatas descoloridas, ropas grandes y destartaladas. Ah!, era el tiempo del hambre? No! No fue mi caso. Nunca me faltó la comida. Vale bien decir: los porotos, las lentejas, el arroz, las papas algo de pescado, carne, huevos (de vez en cuando) y las frutas de todo tipo que junto al mate, el té y el famoso Quaquer fueron siempre parte de mi dieta como lo fue: la leche condensada, las paltas, los membrillos, el dulce de membrillo y el suizo polvo con gusto a chocolate llamado Milo ese mismo tarro metálico con etiqueta verde por fuera. Y como si fuera poco de vez en cuando un vasito de vino tinto revuelto con huevos y que mi madre tanto gustaba. Decía que alimentaba. Era un vasito que yo veía de color violeta o concho vino.
Todo esto hicieron de mi, un niño con ciertas incertidumbres para dar lo mejor de mi en mis estudios. Pero lo mas importante lo recibí. Tanto y taanto amor de mi madrastra ( mi madre) y de mi padre. Crecí alegre con ganas de vivir la vida, decir bromas, reír, cantar y jugar tanto y tanto con mis amigos y amigas.
Ya un poco crecido, y junto a varios amigos del barrio Esperanza, fui un obrero en Litografía Fernández. Trabajaba aquí cuando murió mi padre. Turnos de día y de noche y mucho polvo metálico amarillento fue un todo para contar esta experiencia de tener en el Pelao Fernández( el corbatudo dueño de la litografía ) un patrón desconsiderado y malas pulgas con sus trabajadores que le permitían a él ser un feliz dueño de un Impala que le limpiaba todos los santos días uno de mis compañeros. El auto de esta característica lo cambiaba cada año.
Este polvo amarillento del que me acuerdo era el que servia para darle realismo a las tantas medallas de oro que se encuentran adornando las etiquetas en las botellas de los vinos como Martini y Cinzano. Polvo de mierda que se alojaba en mis pulmones y que se hacia notar con ganas, y cada noche, en mis calzoncillos a los que veía verdes. Descubrí que este polvo se oxidaba en mi cuerpo al contacto con mi sudor. Sin embargo, gracias al sindicato, nos daban cada día un litro de leche para beber.
Ya en en esta juventud-adulta, con la reforma educacional del Demócrata Cristiano Eduardo Frei Montalva, quise continuar estudiando. Quería arrancarme del sexto preparatoria y escalar un poquito mas arriba en mis estudios para que un día pudiera aspirar a ser algo mas. Quise hacer el primero medio que equivalía, en esos años 60s, al tercero de humanidades. Pasé el curso a puras penas. Lo puedo apreciar en mi certificado que todavía conservo conmigo y muy contento estuve porque un compañero, de curso se hizo pasar por mi para hacer el examen de Inglés. Sin esta ayuda del compañero solidario y este examen aprobado habría quedado estancado en mi sexta preparatoria. No hubiera sido justo ya que creia haber estudiado bien todo el año y ademas con mucho sacrificio ya que para entonces trabajaba duras y largas horas en Tizona una famosa fabrica de guitarras donde por seis largos años (del 67 al 73) fui un trabajador-artesanal.
No olvido de estas mis experiencias el fútbol callejero, y por qué no, mucha lectura gracias a mi amigo Raúl Videla, quien me prestaba novelas muy interesante como La Guerra Y la Paz, Veinte Mil Leguas de Viaje Submarino, Hijo de Ladrón.
Mi padre vendía sus virutillas en las ferias libres y allí tenia su gran amigo del que guardo muy gratos recuerdos. Don Oscar Cuadra. Un señor de bigotes muy caballeroso y amable que vendía libros y revistas en las ferias libres y era él, quien me prestaba sus tesoro de lectura que venían apretados en dos robustas bolsas de genero cuando nos visitaba en el chiflón.: El Llanero Solitario, La Pequeña Lulú, el Pato Donald, Superman, El Zorro, El Estadio, el Peneca y diversas revistas de lectura como el Readers Digest y la revista Life.
Y entre el trabajo, el fútbol, las lecturas y mi diarias guitarreadas nocturnas en la calle Esperanza cantando con mis amigos las canciones del momento de los : Iracundos, los Tres Juniors, Los Ramblers, los recuerdos flotan para arriba y para abajo porque por ahí, cerquita de mi grupo, estaba escuchando mas de alguna polola o enamorándose de mi o de mi guitarra. ( modesto el compadre)
Mi tiempo de trabajador sin oficio terminó en Chile por ahí en el año 73 y lo hice como un dedicado changuchero de la cantina del departamento de diseño de la Universidad de Chile en los Cerrillos. Creo que el cómico Coco Legrand había sido estudiante en este departamento. Me había ganado el puesto a través de un concurso y una entrevista donde lo mas importante para el entrevistador fue que yo cantaba y tocaba la guitarra gracia que yo había aprendido trabajando en Tizona. Era aquí en esta institución donde pensaba escalar, para un futuro mejor pero llegó el año 70, Salvador Allende, el Gobierno de La Unidad Popular, los fascistas de Patria y Libertad, mi tímida militancia en La Juventud Obrera Católica (JOC) y el terrible golpe de Estado de Augusto Pinochet el 11 de Septiembre de 1973 que me pilló en casa con una pierna enyesada por jugar un acalorado partido de baby fútbol con los compañeros de mi trabajo.
Mi amigo de infancia Carlitos Durand con un gaitero chileno
Personas del barrio
La amargura de ver estas extrañas y dolidas fotos produce en mi, a pesar de todo, un magnifico recuerdo por todas las personas que aparecen en ellas. Es que muchas de estas personas, que yo siempre respeté mucho, las recuerdo con excepcional cariño porque cuando niño y cuando joven me dieron amor, protección, buena compañía y muchas alegrías y sobre todo, me abrieron las puertas para ver la parte más débil pero también más hermosa de la humanidad: la solidaridad en tiempos de necesidad.
Es en el regazo de toda estas personas, y solo de estas personas, donde reposa tranquilo mi espirito chileno. No sé qué hueváa quise decir aquí porque, en mi gentilicio "chileno" mi nacionalidad se deshace en sentimientos dolorosos, muy profundos y contradictorios. En 1973 millones de "chilenos" apostaron con todos sus deseos, sus pornográficas sonrisas, su champaña, sus dioses, su religión, su dinero, su bandera y sus Fuerzas Armadas por la muerte y los cementerios para otros millones de des-banderados chilenos.
Mostrar a la gente de mi barrio en sus momentos más amargos y dramáticos no es fácil. Es que en mi barrio los nacimientos y la muerte era una constante. Cuando la pelá llegaba con sus largos manteles negros el barrio entero se movilizaba en su espontánea solidaridad con los deudos. Esta cálida presencia hermana era fundamental. Servía para taparse las largas penas y secarse las mojadas lágrimas de pobre. El deseo de ayudar comenzaba inmediatamente en el barrio con una espontánea colecta que venia de perilla a los familiares del difunto ya que representaba una gran ayuda económica.
En estas fotos hay tantos nombres que recordar: muchos estarán vivos, quizás otros no lo estén. De todas maneras en mi casa siempre hay una copa de vino, una foto, y un pensamiento para recordarlos: El ñato Polo, El cabezón, el Becerra, El congo, el señor Moyano, el Rene Meléndez, La Negra, La señora María, la Teresita, el flaco Lillo, el come gato, El cotorro, la Señora Tencha, el Minuta y su hermano el Pelucón, la Señora Raquel, el Carlitos gallina, Don Oscar Cuadra, El koesner ( arquero de la Católica), el ojos verdes(el manzanero), Don Efraín, La clarita, El capitán, El sordo, el Choche (el avión), La señora Malvina, Don Miguel, el Chico Miguel, El René, el Pilla la bala, el flaco Echegaray, Don Mario.
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New buildings where used
to be the Chiflon del Diablo.
With my friend Teresa
inside the very place we
grew up. Here used to be
our dear Chiflon del Diablo
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2010 with Maria on my right.
Sadly, she passed away this year.
Today the Chiflon is a condominio
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Tipico cité del barrio
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Plaza del Roto.
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